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viernes, 28 de febrero de 2014

La máscara de Ripley, de Patricia Highsmith


Han pasado varios años desde el asunto de Dickie Greenleaf y Tom Ripley lleva ahora una vida plácida en una villa francesa, casado con una rica heredera francesa, y dedica su tiempo a cuidar de su jardín, a pintar y a viajar.
Un día, Tom recibe una llamada de sus socios de la Buckmaster Gallery, de Londres, unos marchantes de arte que llevan los cuadros de un misterioso pintor llamado Derwatt, que vive aislado en un pueblecito de México. Al parecer, hay un coleccionista americano llamado Murchison que cree que el Derwatt de su propiedad es una falsificación, así que haría falta la aparición de Derwatt para acabar con sus sospechas. El problema es que Derwatt está muerto. Hace unos años Derwatt se suicidó, sumergiéndose en el mar, en Grecia, y Tom les sugirió, medio en broma, que fingieran que seguía vivo, en un pueblecito perdido de la mano de Dios y que uno de ellos siguiera pintando los cuadros. Y es lo que han estado haciendo hasta ahora, y Tom se ha ido llevando un pequeño porcentaje de las ganancias, aunque no lo necesitara.

El plan de Tom es viajar a Londres y hacerse pasar por Derwatt, caracterizándose como le pintor, y convencer a Murchison de que el cuadro es auténtico. En la galería responde a las preguntas de algunos periodistas, que no han dejado pasar la oportunidad de entrevistar al famoso pintor, y luego habla con Murchison, pero éste sigue convencido de que su cuadro es falso y piensa recurrir a un perito para comprobar su autenticidad. Si lo hace, se descubrirá el fraude de los últimos años, así que Tom, ya como “Tom Ripley”, invita a Murchison a su casa, para que vea sus dos Derwatts (uno de los cuales es falso) y tratar de convencerlo de que cambie de idea. Pero Murchison es muy testarudo así que a Tom no le queda más remedio que tomar medidas drásticas.
Pero la cosa se complica para Tom, porque Christopher, el primo de Dickie, escoge esos días para hacerle una visita, y Bernard Tufts, el que pintó los cuadros falsos, le da un ataque de conciencia y quiere contarlo todo y dejar de pintar, e incluso intenta matar a Tom en dos ocasiones.

Este segundo libro de la serie me ha parecido muy bueno. De hecho me ha gustado más que el anterior. En aquél Tom Ripley era un joven inexperto y aquí es más maduro y frío y, por qué no decirlo, se pega la gran vida, aunque sigue teniendo contactos con individuos de dudosa reputación. El tema de las falsificaciones me ha resultado muy atractivo (siempre es interesante ver cómo un timador pone en marcha y mantiene su timo) y me gusta ver las maniobras de Tom para solucionar la papeleta y salir bien librado.
Ahora esperaré un poco antes de leer el siguiente, “El juego de Ripley (El amigo americano)”.

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